Entrevista a José Carlos Millán Calenti.
Catedrático de Gerontología y Geriatría y Director del Grupo de Investigación en Gerontología y Geriatría de la Universidad de A Coruña.

José Carlos Millán Calenti tiene una larga trayectoria en la atención, investigación y docencia en el campo de la Geriatría. Recuerda sus inicios con el profesor Mayán Santos y su trabajo con María Luisa Ansorena, en aquellos años presidenta de UDP A Coruña. Desde su experiencia y conocimiento de las personas mayores, resalta la importancia de poner en marcha programas de detección precoz de la fragilidad para evitar su evolución hacia la incapacidad funcional, y de la atención sanitaria y continuada de las patologías crónicas. Opina que las residencias no fueron justamente tratadas por la opinión pública durante toda la pandemia, pero está convencido de que el sector se ha fortalecido y que la administración se ha sensibilizado con la necesidad de dar apoyo a los centros. Respecto al nuevo modelo residencial, apuesta por mejorar el que tenemos, empezando por adaptar la normativa, tanto en lo que se refiere a la estructura, como al personal.


Su trayectoria profesional ha estado siempre muy vinculada a las personas mayores, tanto en el ámbito de la atención, como en la investigación y en la docencia, ¿Qué es lo que más destaca de su labor profesional, lo que más le aportó a nivel personal?

Es una pregunta muy difícil de contestar, ya que el balance final de todo lo que he hecho es lo que actualmente soy, Catedrático de Gerontología y Geriatría. Pero si tuviera que marcar etapas, recuerdo mis primeros años de colaboración con el profesor Mayán Santos en la Universidade de Santiago de Compostela que en cierta medida marcaron mi futuro y luego, más adelante, recuerdo con agrado cuando inicio la carrera docente al crearse la Universidad de A Coruña y obtener la plaza de Profesor de Enfermería Geriátrica (año 1992). Desde ese momento se constituye el Grupo de Investigación en Gerontología y Geriatría y tengo la suerte de que contacta conmigo la Presidenta de la Asociación Provincial de Pensionista y Jubilados UDP-A Coruña (María Luisa Ansorena) para poner en marcha un centro de día (2001), que más tarde, tras la inauguración de una residencia se convierte en el Complejo Gerontológico La Milagrosa (2007). Es en ese momento, cuando ya confluyen la docencia, la investigación y la asistencia, facilitándome una visión integral del proceso de envejecimiento; visión que desde luego se ha visto engrandecida por los/as grandes profesionales que a lo largo de mi, ya dilatada carrera, he tenido la oportunidad de conocer e intercambiar ideas, tanto desde el grupo de investigación, como desde el centro que dirijo y, también, por supuesto desde la Sociedade Galega de Xerontoloxía e Xeriatía, la cual he tenido el honor de haber presidido.

El envejecimiento de la población es un hecho y en Galicia las cifras son más altas que en otras zonas de España. A pesar de que envejecer es un gran logro social ¿qué consecuencias traerá a medio y largo plazo?

Como usted sabe, el envejecimiento de la población es uno de los grandes logros de la humanidad. Vivimos muchos años y, en general, lo hacemos con mejor calidad de vida; pero claro, las diferencias todavía siguen siendo evidentes cuando hacemos comparaciones entre países.

Centrándonos en Galicia, la consecuencia inmediata es un mayor número de personas mayores con buena salud y un mayor número de personas que, en base al propio proceso del envejecimiento, van a presentar fragilidad o más enfermedades crónicas que irremediablemente conducirán a la pérdida de capacidad funcional. Desde mi punto de vista, tenemos, por un lado, que empoderar a las personas para que envejezcan en mejor estado de salud (educación sanitaria y prevención), mientras que, por el otro, tenemos que poner en marcha una verdadera red de atención socio-sanitaria que mitigue, en la medida de lo posible, las carencias que actualmente padecemos. Hablo de programas de detección precoz de la fragilidad para evitar su evolución hacia la incapacidad funcional, de la atención sanitaria y continuada de las patologías crónicas e invalidantes (demencia, párkinson, enfermedad vascular cerebral,…) con nuevos modelos intervencionistas, que no necesariamente rehabilitadores, en donde se tenga en cuenta el enlentecimiento de la evolución del proceso y la calidad de vida de la persona. También podríamos avanzar en el modelo de atención sociosanitaria, pero atendiendo a las necesidades reales más que a las políticas o a intereses económicos, muchas veces no justificables.

¿Qué opina de la nueva clasificación internacional de enfermedades que incluye el envejecimiento  como enfermedad?

Efectivamente, parece que la Organización Mundial de la Salud (OMS) en su versión 11 de la Clasificación Internacional de Enfermedades y Problemas de Salud Relacionados (CIE-11), que se pondrá en marcha el 1 de enero de 2022, pretende incorporar el término “vejez (old age)” como un sustantivo que conceptúe algunos síntomas o enfermedades que se dan con relativa frecuencia en las personas mayores como pueden ser la atrofia, la caquexia o la fragilidad, entre otros.

Ello no significa que se incluya el envejecimiento (“vejez”) como una enfermedad, sino que, se asume que muchos síntomas pueden estar relacionados con el proceso de envejecimiento y de acuerdo a ello, cuando filiamos el estado de la persona mayor, a efectos estadísticos, tenemos otros epígrafes que pueden adecuarse más a la situación en que se encuentra, facilitando el que todos, de alguna manera, utilicemos el mismo idioma. En todo caso, así como con algunos de los matices, podría estar de acuerdo como lo puede ser la fragilidad de la vejez, mejor llamada síndrome geriátrico de fragilidad, otros no son muy afortunados como lo es el de “debilidad de la vejez” o “agotamiento de la vejez”.

Independientemente de la polémica que esta nueva clasificación pueda generar en el uso de este término, creo que, en base a los estereotipos existentes en torno a este grupo etario, la OMS debería evitar entrar en este tipo de discriminaciones y centrarse más en el concepto de “enfermedad edad dependiente” para referirse a aquellas que se dan con mayor prevalencia en las personas mayores y que incrementan la prevalencia/incidencia a medida que el sujeto envejece. Dejando otras connotaciones más “sintomáticas” fuera del contexto de la clasificación.

La vejez es una etapa de la vida que se puede vivir en plenitud de salud y, por tanto, no ha de ser el sustantivo ni el calificativo que sustente estados morbosos, aunque, evidentemente, estos puedan darse con más frecuencia en las personas mayores.

¿Qué valoración hace de las consecuencias de la pandemia? ¿Cree que habrían sido distintas si se hubieran gestionado los recursos de otra manera?

Como investigador para poder tener una respuesta certera a esta pregunta, debería partir de diferentes modelos y ver cuales mejoran al que se ha producido. De entrada, parece que las cosas no han funcionado demasiado bien. Se tardó mucho en iniciar las medidas para mitigar la pandemia y cuando nos dimos cuenta ya nos había sobrepasado. Creo que los recursos asistenciales socio-sanitarios, más gerontológicos que geriátricos, no son hospitales gestionados por expertos en epidemiología; incluso algunos ni siquiera tienen profesionales del ámbito sanitario (médicos y enfermeras), por lo que la cobertura debería haber sido dada desde el primer momento por el sistema público de salud, no fue así hasta muy avanzada la pandemia y de ahí las terribles consecuencias generadas.

Centrándonos en la pregunta, por tanto, evidentemente se podía haber hecho más, pero desde la administración, ya que, desde las instituciones, en la mayor parte de los casos se ha hecho mucho más de lo previsible en base a la tipología de centros a los que nos referimos.

Como experto en dirección y gestión de centros gerontológicos ¿cree que en las residencias han sido injustamente tratadas durante esta crisis?

La repercusión mediática de la pandemia ha sido espectacular, cuando uno veía la tele o leía un periódico solamente se hablaba de contagios, muertes, residencias “apestadas”, en fin, que la imagen era clara e intencionadamente negativa. Cuando leíamos las normas emanadas de las autoridades sanitarias y sociales todavía se embarullaba más el problema, ya que en muchas ocasiones se contradecían e incluso lo que se decía en un momento, se desdecía a veces en el plazo de pocas horas. No había directrices ni criterios sólidos a que acogerse. Por lo que no me extraña el desbarajuste y, sobre todo, las consecuencias generadas. Pero, independientemente de que posiblemente algunos centros lo hicieron mal u ocultaron información, la inmensa mayoría tuvo que enfrentarse a una situación nueva sin formación, sin equipos, sin medios y esa fue la realidad en la práctica, por lo que no podemos ni debemos generalizar. Algunos centros, con muy pocos medios, lo hicieron más que bien y otros, con más medios, lo hicieron peor, pero creo que el sector se ha fortalecido, ya que afloraron muchas carencias, la administración parece ser que se sensibilizó con la necesidad de dar apoyo sanitario a los centros y eso vendrá bien para mejorar muchas cosas. Ahora, esperemos que no quede todo en “aguas de borrajas”.

¿Está de acuerdo con que es necesario diseñar un nuevo modelo residencial?

Creo que la idea no es diseñar un nuevo modelo, sino mejorar, en la medida de lo posible, el actual, empezando por adaptar la normativa, tanto en lo que se refiere a la estructura, como al personal. No podemos seguir trabajando con una normativa obsoleta que, por ejemplo, se refiere a mini-residencias cuando tienen de 13 a 59 plazas y en donde se define la necesidad de médico y “ATS” localizados cuando el número de plazas asistidas sea inferior a 40. Es decir, residentes con “dependencia” que no pluripatología, cronicidad o procesos agudos, es lo que define la necesidad de médico y/o “ATS”. La dependencia es un término anticuado para caracterizar la necesidad de médico o enfermera, ya que se refiere a necesidad de apoyo en la realización de las actividades básicas de la vida diaria y no de la atención diagnóstica y/o terapéutica realizada por dichos profesionales. Por tanto, tenemos que avanzar conceptualmente y etiquetar los centros de otro modo de acuerdo a su nivel de especialización para atender los problemas propios de una población que envejece: pluripatología, cronicidad, fragilidad, discapacidad, dependencia,…solamente así conseguiremos dispensar los cuidados adecuados. Tener 10 o 40 plazas en un centro, cuando hablamos de residentes con patologías, exige cubrir la ratio médico-enfermera; mientras que tener 10 o 40 residentes con dependencia o pérdida de la capacidad funcional, exige cubrir la ratio de cuidadores básicos (auxiliares y gerocultores) para que apoyen en la realización de las actividades básicas de la vida diaria, por lo que son dos problemas diferentes que hemos de afrontar desde perspectivas diferentes, aunque en algunos casos vayan unidas. En resumen, definiendo la tipología de los centros, podríamos definir las necesidades de personal sanitario y asistencial, así como la cartera de servicios a dispensar y lo que es más interesante, las familias y residentes podrían saber lo que pueden esperar de cada centro. Un poco como cuando hablamos de las estrellas en los hoteles, hablaríamos de las residencias de máximo nivel cuando tuvieran todas las prestaciones y servicios del ámbito de la valoración e intervención geriátrica  y de ahí hacia abajo hasta llegar a aquellas que únicamente dispensan los servicios mínimos exigidos por la normativa.

¿Cómo se puede conseguir una adecuada coordinación social y sanitaria para dar más apoyo a las personas mayores, tanto las que están institucionalizadas como las que viven en sus casas?

Este es el gran campo de batalla en el que todavía no se ha llegado a una solución ideal. Desde luego si las exigencias a las residencias son más sanitarias que sociales, no se entiende que en Galicia estén bajo el amparo de Política Social. Tal y como se ha vivido la pandemia Covid-19 quizás los centros deberían estar coordinados por Sanidad. En todo caso, si el modelo es para atender enfermos crónicos que en multitud de ocasiones se desestabilizan, necesitamos unidades especializadas de larga estancia. Si lo que queremos es que los centros palíen el problema del aislamiento, soledad, económicos y otros de índole social, entonces necesitamos residencias sociales o para la atención a la dependencia. En resumen, el modelo tiene que ser flexible y conocer a quién tiene que atender, solamente así funcionará. Por supuesto debería haber derivaciones entre ambos modelos, el social y el sanitario, con lo que la coordinación debería ser más efectiva de lo que lo ha sido hasta ahora. En este sentido, tampoco podemos olvidar el importante papel de los servicios de geriatría en los hospitales y de la incorporación de profesionales especializados al sistema, a fin de dar una cobertura de calidad a las personas mayores, tanto hospitalizadas, como institucionalizadas o que permanezcan en su propio domicilio y no es precisamente Galicia, la comunidad autónoma con mejor desarrollo de la geriatría hospitalaria.

Respecto al aislamiento que han tenido las personas mayores durante toda la pandemia por los confinamientos, ¿qué consecuencias tiene la soledad emocional a nivel físico y cognitivo?

El impacto generado por la pandemia ha repercutido negativamente en la sociedad en general y más específicamente en la población más vulnerable, grupo al que pertenecen las personas mayores institucionalizadas. La mayor parte en situación de elevada vulnerabilidad, el aislamiento ha generado no solamente repercusiones a nivel de su salud mental, sino también a nivel físico. Los mayores se han visto separados de sus familiares y allegados durante largos periodos de tiempo, además en muchas ocasiones han tenido que mantenerse confinados en sus propias habitaciones, con lo cual, la poca actividad que les es achacable, se ha convertido en una inmovilización forzosa con una amplia repercusión sobre su estado de salud general que posiblemente sea ya irrecuperable. Por tanto, lo poco que conseguimos con la intervención día a día a lo largo de meses o años, lo hemos perdido con creces a lo largo de este periodo.

Y para finalizar, cómo valora el trato que la sociedad en general tenemos hacia los mayores ¿les respetamos y apoyamos o estamos cayendo demasiado en comportamientos ‘edadistas’?

Aunque el concepto de “viejo” como estereotipo que incluye todo lo negativo hacia esa etapa etaria ha ido desplazándose a edades superiores, tanto por el incremento de la esperanza de vida a los 65 años como por la mejoría del estado de salud de este grupo, eso no quita que en general la población “más joven” siga pensando que las personas mayores solamente reúnen connotaciones negativas, por supuesto, fuera del ámbito del cariño que, se presupone, existe cuando hay vínculos familiares. La sociedad está en constante reciclaje, nacemos y morimos, pero las cosas, cada vez, parece que van más rápido, apenas da tiempo a adaptarnos, cuando casi de repente estamos en la vejez y no lo es porque los años pasen más rápido ahora que antes, sino porque la globalización y el desarrollo de tecnologías hacen que enseguida nos convirtamos en “viejos”.

Si no hemos tenido la posibilidad de nacer y evolucionar con las tecnologías, los avances pronto nos superarán y entonces los/as más jóvenes nos irán aislando y acabaran prescindiendo de nosotros/as porque ya no podemos seguirles el “rollo” y así fue y será en el futuro. A este efecto “reciclaje”, sumaría la retirada de la vida activa y participación social que, en general, las personas mayores van asumiendo en su último ciclo vital, por supuesto, con excepciones, que, dentro de la inmensidad del grupo, apenas son perceptibles para que los otros grupos etarios más jóvenes cambien de opinión. El edadismo es un fenómeno al que yo no le veo fin, eso sí, cada vez se da hacia edades más elevadas.

Autora: Cristina Villanueva

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